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¿La literatura y la lectura de rehenes? Entre tecnófilosy tecnofóbicos

  • Foto del escritor: sanjosedemonterrico
    sanjosedemonterrico
  • 26 may
  • 5 Min. de lectura

Hasta hace menos de una década, para muchos críticos literarios, hablar de literatura digital era un absurdo. Como ejemplo se pueden mencionar las reflexiones de Umberto Eco (filósofo, semiólogo y novelista italiano) y Jean Claude Carrière (cineasta francés) editadas por Lumen en 2010 con el sugerente título Nadie acabará con los libros. En este largo ensayo dialogal se recogen varios de los puntos que el italiano manifestara en numerosas ocasiones (en su columna en el periódico l’Espresso, en conferencias y seminarios) acerca de la importancia del libro como soporte de la cultura, del saber y, especialmente, de la literatura.  Si bien es cierto que no se manifiesta abiertamente en contra de internet ni llegó a anticipar el imperio de las inteligencias artificiales, el autor se inclina hacia el libro impreso como la tecnología más revolucionaria en la historia de la humanidad, después de la rueda. En este mismo hilo argumental, luego de la comparación de ventajas y desventajas de un medio sobre el otro, termina por reconocerle a internet el mérito de haber propiciado una nueva era de alfabetización ya que, para navegar por el mundo digital, hace falta leer y leer constantemente.


Esto, naturalmente, lleva a reflexionar acerca de las miles y miles de páginas e investigaciones donde se pronuncian a favor o en contra de uno u otro medio, y los lugares comunes de esas discusiones: el siempre ponderado crecimiento de la industria editorial frente a su ¿competidora? digital; los cuadros estadísticos que muestran el comportamiento de los lectores de acuerdo a cuántas horas dedican a leer y en qué soportes lo hacen (libros en papel vs. e-books, revistas y periódicos vs. páginas web y blogs), si lo hacen a través de un ordenador, un dispositivo móvil, o bien si llegaron al esnobismo de un e-reader. Y en el fondo de estas discusiones, lo que está en juego es una guerra declarada entre tecnófilos y tecnofóbicos… por absurdo que parezca plantear esto en el siglo XXI, cuando es casi imposible separar las tecnologías digitales de nuestras vidas.


Esto tiene que ver, en gran medida, con que nuestra cultura, desde Gutenberg hasta la fecha, le ha dado al libro impreso el lugar privilegiado de la memoria, del saber, de la verdad, y lo hemos colocado en el centro de nuestras vidas. Al libro hay que forrarlo para que no se le dañe la tapa; el libro no se marca, no se subraya, no se resalta; al libro no se le doblan las páginas, ni siquiera la punta, para marcar algo interesante. Parece que esto al libro le duele… Al libro se lo colecciona, se lo expone en vitrinas cuidadosamente diseñadas para lucirlos, se lo vende y revende como mercancía, se lo premia y presenta en ferias y salones, se lo guarda bajo siete llaves en enormes edificios custodiados por celosos bibliotecarios.


De esta manera, lentamente, nos fuimos convirtiendo en lo que Laura Borràs (2017) define como una civilización librocéntrica; una civilización que todo lo imprime, que todo lo almacena en papel, incluso aquellos documentos que ya están guardados en ordenadores pero que, por considerarlos valiosos, los respaldamos en papel para que no se vayan a perder, borrar, llenar de virus o, peor aún, desaparecer porque se quemó el disco, olvidamos la clave de nuestro usuario, o hackearon la nube.


Y entonces, la palabra impresa queda fijada en el tiempo, para siempre…


La cuestión de la mortalidad de las palabras parece ser, entonces, una de las principales preocupaciones en torno a la dicotomía “libros de papel/libros digitales”. Por lo que surgen, con ello, nuevas interrogantes: ¿por qué cada vez que aparecen nuevas herramientas de soporte del conocimiento se suscita el debate sobre la continuidad/muerte de las anteriores?, ¿debe, acaso, la literatura (como la conocemos en la actualidad) ser inmortal?, ¿es el papel el mejor soporte para conservar y permitir la creación del arte literario?, ¿y qué pasará con el autor o el genio creador?, ¿puede haber literatura sin un autor-artista?


Si la literatura es arte, el arte del bien decir, el arte que se encarga de moldear sus obras con la palabra, que tiene sus primeras manifestaciones en la oralidad, en los poetas y narradores de la antigüedad que declamaban sus historias de forma itinerante, de pueblo en pueblo y de generación en generación, sobreviviendo guerras y desastres naturales; censuras, traducciones y reinterpretaciones. Entonces, ¿por qué en nuestros días, su inmortalidad estaría ligada a un objeto que requiere de tantos cuidados para sobrevivir el paso del tiempo?


Ante este polarizado panorama, están surgiendo nuevas discusiones en materia de didáctica de la lengua y de crítica literaria que parecen inclinarse hacia una propuesta más conciliadora, con un cambio en el enfoque de las preguntas de orientación. Ante la convergencia de estas dos poderosas maquinarias de creación y difusión del conocimiento y el arte, los interrogantes tanto de educadores como de críticos deben girar en torno a cómo leer estas nuevas formas de codificación, cómo transitar estos espacios multimediales de creación y experimentación, cómo crear en estos nuevos entornos.


     Es pertinente retomar las palabras con las que iniciáramos esta reflexión, en una de las respuestas que diera Jean Claude Carrière a Eco (2010): “nunca hemos tenido más necesidad de leer y escribir que en nuestros días. No podemos siquiera usar un ordenador si no sabemos leer y escribir. Y, además, de una forma más compleja que antaño, porque hemos integrado nuevos signos” (p.23).


Como docentes del siglo XXI, llamados a incursionar en el mundo de las clases virtuales y presenciales, con estudiantes que transitan entre ambos entornos y consumen productos en todo tipo de artefactos culturales, debemos recoger estos desafíos para guiar a los jóvenes a desarrollar las mejores habilidades que les permitan estar a la altura de las circunstancias, enfrentando y disfrutando de esta época y lo que nos ofrece. Porque ya lo decía Victor García de la Concha en su discurso inaugural de la 64° Feria del libro en Madrid, cuando parafraseara el ensayo de Pedro Salinas: “La lectura es un centro de actividad total del espíritu, en cuya práctica se movilizan y adiestran la inteligencia, la sensibilidad, los valores morales y los estéticos” (Fernández-Santos 30/05/2005).



Mg. Ana Laura Silvani Meijide

Asesora de Comunicación


Referencias:

Borràs Castanyer, L. (2017). Introducción a la literatura y la cultura digital [conferencia]. Maestría en Literatura en la Era Digital, IL3, Barcelona.

Carrière, J.C. y Eco, U. (2010). Nadie acabará con los libros. Ed. Lumen, España.

Fernández-Santos, E. (30/05/2005). García de la Concha proclama la lectura como base de la educación y la cultura, en El País. Recuperado de https://elpais.com/diario/2005/05/31/cultura/1117490405_850215.html

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